lunes, 20 de julio de 2020
martes, 28 de enero de 2020
Opinar.
Opinar y
opinar bien no es tan fácil.
Por Orestes
Díaz Guerrero.
En tiempos
de colas, de espacios ocupados por varias personas y más aún en esta cultura
tan latina la interacción es inevitable, ahí sobreviene el contacto, el
intercambio y por ende la comunicación. La gente se introduce en los diálogos,
conforman reuniones informales y se expresan, a torrente, sin ton ni son.
A los
humanos nos gusta opinar. Desconozco si exista otro reino donde los habitantes
expresen sus puntos de vistas en alta voz, en lugares inadecuados y hasta de
temas que desconocen. Aquí en el nuestro, en este universo terrenal la gente opina
de béisbol, son estrategas, hablan de política, de medicina y ofrecen tratamientos a
los médicos sobre lo que debe recetar. La gente maneja cifras, fechas, nombres
y geografías disparatadas, lo más triste es que lo hacen con una seguridad
impactante mientras que otros semejantes prestan el oído y toman la información
como referencia para incrementar su cúmulo de conocimientos con bases falsas y
así lo irreal se apodera del grupo, llega a la familia, a los miembros de una
cola o a otros que tengan el oído disponible.
Existen
líderes de la voz y de la palabra, son los periodistas de barrios, especie de
gurúes a quienes se toma de referencia porque se les tiene credibilidad, no
importa que el nivel intelectual del hablante sea alto o mínimo. Su locuacidad
es tal y la personalidad tan imponente gracias a la palabra que es creído. Así
surgen rumores que luego son afirmaciones de temas como el fin del mundo, la
aparición de seres paranormales o determinada agenda económica o social. Esos
seres manejan listas de huracanes, desgracias, habilitan historias inexistentes
o ligadas a rasgos de realidad y siempre los oídos devoran las expresiones.
Escuché una
vez a uno de esos artífices de la palabra esgrimir una teoría basada en que el
desarrollo económico y social de los pueblos está asociado al hielo, a la nieve
y a los crudos inviernos, él hombre, en una universidad y rodeado de
estudiantes de economía, ponía como ejemplo al Norte de América y al Viejo
Continente. Sin comentarios.
Así los que
hoy hacemos colas podemos escuchar barbaridades que son creídas por otros.
Fíjese en las expresiones de los hablantes y en los seguidores que al instante
surgen a su alrededor. Es una especie de magia que se impone más allá de
creencias, de filosofías o de conceptos establecidos.
Quizás sea
necesidad espiritual escuchar lo nuevo, tal vez una manera de romper la rutina
monótona de que algo diferente sucederá o pasó. Es posible que los humanos
deseen aventuras y esta es una nueva manera de encontrarlas, a través de la
ficción de unos y el espacio que le ofrecen otros.
Dice un
principio conductual: Habla moderadamente con los
grandes; prudentemente con tus iguales; sinceramente con tus amigos; dulcemente
con los pequeños y eternamente con los pobres. Por su parte Lin Yutang, filósofo chino,
escribió: La mitad de la belleza depende del paisaje y la otra mitad del hombre
que mira. Igual sucede con la comunicación verbal.
Padres y maestros enseñanzas en paralelo.
Padres y
maestros enseñanzas en paralelo.
Por Orestes
Díaz.
El amor
puede ser la causa de todo incluso de que el niño no quiera ir a la escuela, de
que sea violento y también de que esté lleno de traumas psíquicos. Se
preguntará usted: pero cómo? Sí, por la ausencia de él por la falta de ese
sentimiento.
Si los
padres no inculcan amor y utilidad a la enseñanza profesional docente, si no
motivan al infante difícilmente este quiera ir y si lo hace casi siempre
mostrará desinterés y apatía y por ende los conocimientos y notas dejarán mucho
que desear.
El primer
maestro que tienen los chicos son los padres solo que a veces lo olvidan y en
vez de enseñar buenos modales muestran los caminos torcidos. Luego dicen que
árbol que nace torcido jamás su tronco endereza y no. Sucedió que los padres
criaron al chico como un Bonsai dándole una figura grotesca pero en lo interior,
en sus sentimientos peor que si fuese torcido por fuera.
Recuerdo
cientos de ejemplos, historias y anécdotas donde padres y abuelos le exigen violencia
al chico: ¡Si fulano se mete contigo rájale la cabeza con una piedra o métele
un palo en la cabeza!. Evidentemente el instinto de las cruzadas persiste a
miles de kilómetros y a muchos siglos de aquella arremetida violenta desde
Europa contra los musulmanes.
Otro tanto
sucede con papá, abuelo e incluso mamá cuando preguntan al chico qué le va a
hacer a la muchacha, no importa que sea una vecina o alguna niña imaginaria. Ya
todos sabemos el juego de los deditos. Alguien
decía hace unos días ¡El niño está enamorado de la vecinita, mira como
la mira y le saca fiesta! Y que iba a ser el nené pregunto yo? Leer? Irse al
parque? No. Esa es su comunicación y su manera de manifestarse ante
determinados estímulos que va descubriendo en el crecimiento. Si no lo hace entonces piensan que el chico
tiene problemas y tampoco. Cada quien va formando su personalidad.
Pero
regresando a la relación hogar-escuela, el primero debe asumir su roll. Hay
padres con mínimo nivel de escolaridad pero muestran una lógica adecuada y
sensata hacia el sistema de enseñanza, motivan, ayudan, y buscan medios, a
veces casi inalcanzables, para que el chico sea feliz en el aula, para que no
vaya a menos. Hogares donde se aprietan el cinto y salen adelante. El futuro
les recompensa casi siempre con un buen estudiante y luego con un profesional
brillante.
Otros senos
familiares por el contrario, compuestos por profesionales y con una economía de
notable entrada, obran diferente. No preparan el futuro de los hijos, no ayudan
a la escuela, quitan la razón al maestro y hasta obstaculizan la gestión del
centro de enseñanza. La novela cubana de turno muestra ejemplos fehacientes.de
cuanta torpeza se puede hacer.
Lo peor es
que en este último caso se deforma el carácter de los hijos, cambian las aspiraciones
y metas, se crece sobre bases violentas, sin rasgos de humanismos y luego
también viene la cosecha. Hijos que no trabajan, con problemas de conductas
donde quiera que estén y que no desprenden amor precisamente. Tampoco lo
merecen y vienen a ser los indeseables del barrio o de donde estén aunque
tengan una billetera abultada.
Sabemos que
en tales situaciones también existen otros seres que se les acercan por
interés, por viveza y por beneficios económicos. Seres que casi siempre son
semejantes al individuo en cuestión. Tengamos
presente que quien tarde aprende sabe inútilmente. Sabemos lo que
somos, pero no en lo que podemos convertirnos. La educación sí es vital… La
cuna es la primera aula, la casa es la primera escuela, nuestros padres los primeros
maestros. No culpemos los resultados. Analicemos las causas. Un momento puede
hacernos desgraciados para siempre. Orestes…
Rica o pobre?
Rica o
pobre?
Por Orestes
Díaz.
Mi abuela
materna no era rica, vivía con mi abuelo en una casa con techo de guano y
paredes de tablas de palmas por allá, por los Berros, en una comunidad
inexistente ya llamada Tierra Blanca. La cocina estaba forrada de yagua, doble,
fuerte, limpia pero yagua al fin. En ella tuvieron cinco hijos, cuatro hembras
y un varón.
El piso era
de tierra que mi abuela mantenía a nivel raspándolo con un cuchillo y agachada
lo baldeaba a mano con arena de río o buscada de las que dejaban los torrentes
de agua de lluvia en los caminos cuando llovía. En aquella casa de dos cuartos
no había ni un solo equipo electrodoméstico. El reloj era ruso, de cuerda.
Tictac, tictac….Quizás marca Slava, quizás Poljot…
Se cocinaba
con leña en un fogón que parecía una mesa y cuya superficie era blanca. Mi
abuela baldeaba con tierra blanca aquel espacio que por estar cerca de la
madera en combustión, el humo y el tizne no tenía por que estar negra. La olla
de presión lucía impecable, no era puesta directamente a las llamas que
tiznaban, sino sobre una superficie de metal, una lata de gas recortada como
decían entonces. Corrían los años 80 del pasado siglo.
Aquella
mujer de casi un metro 90 de altura preparaba por las tardes la comida de las aves
de corral para el siguiente día. Yuca machucada con dos piedras al más puro
estilo indígena o coco igualmente fragmentado cuando la cosecha del maíz no
había sido buena. Por las mañanas el patio era una verdadera congregación de
gallinas, guanajos y cerdos. Muchas veces sumando todos los animales superaban
el centenar.
Se lavaba
en el río, lejano, con paleta de madera, sobre una piedra plana y tanto en la
ida como en el regreso la ropa era llevada en una batea de madera que mi abuela
cargaba sobre su cabeza. Fuerte la mujer, descendiente de canarios creo, pero
persistente como una gallega. Las metas las cumplía.
Mi abuelo,
campesino, proveía la casa de comida que
en casi su totalidad salía de sus tierras cultivadas en lomerío y de pocos
nutrientes pero la voluntad y el conocimiento se imponían a las dificultades.
No había tiendas en divisas cuando entonces, tampoco mercados como la campana
aunque sí había primorosa, un establecimiento con productos liberados con
precios un poco por encima de lo que tenían en otros establecimientos.
Recuerdo que
un almuerzo simple podía ser potaje con algo dentro, arroz blanco, boniato de
una variedad que había todo el año y quizás huevos hervidos, ¿Cuántos huevos?
Los que uno quisiera. Digo potaje con algo dentro porque encima del fogón de
leña casi siempre había carne ahumada o curada colgando en una varita, estaban
las latas con manteca de cerdo con chicharrones y masas fritas. Siempre
colgando, no había refrigerador, tampoco comían con aceite, todo era con grasa
de cerdo.
El bungo
rodeaba el platanal a modo de cortina rompevientos y contra plagas decían,
maduro era para los animales o alguna vez frito. De noche se reunían los
compadres, vecinos y se repartía turrones de coco, dulce de leche, gofio, algún
otro dulce de frutas y siempre café. Si hacía frío entonces chocolate. Se
hacían historias de aparecidos, sucesos incomprensibles y otros que se
entendían muy bien. Eran los boletines de barrios.
Mis abuelos
rezaban antes de acostarse, creían en un ser divino y jamás, de los jamases les
escuché una palabrota ni tampoco palabrita aunque hubiese un golpe terrible en
un dedo o en la cabeza. Ese lenguaje estaba desterrado o no fue aprendido y si
lo fue pues entonces fue olvidado. El viejo Pepe ponía los zapatos en cruz,
decían que así se evitaban las pesadillas las que le eran recurrentes y el buen
hidalgo era por demás sonámbulo.
No escuché
nunca ofensas, ni habladurías sobre vecinos, iban a ver a los enfermos del
barrio y no precisamente con las manos vacías. No sé cuántos ahijados tendrían.
Por las tardes mirábamos el cielo para descubrir animales o semejanzas de
personas en las nubes. Se tenía control del regreso de cada animal a la hora de
dormir, con una sola mirada bastaba para pasar lista y descubrir al ausente que
pocas veces era por hurto Casi siempre eran gallinas que se quedaba echadas
para encubar los huevos.
Hasta qué
grado estudiaron? No lo recuerdo, pero mi abuela tenía excelente ortografía,
pintaba bien fijándose por los libros, era ávida lectora. Ambos eran sumamente
educados y daban amor, mucho amor. Por qué los traigo a esta crónica? Porque
hay riquezas sin oro ni ostentaciones. Hay caudales de valores y de buenas
acciones que no caben en bancos ni cajas fuertes. No es delito apoderarse de
ellas, tomarlas, emplearlas, ni siquiera hay que pedirlas. Solo una condición,
aprenderlas y usarlas.
De mis
queridos abuelos no sé si eran pobres o ricos pero a quienes les conocieron les
dejaron una enorme herencia moral.
Querida
abuela
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