Opinar y
opinar bien no es tan fácil.
Por Orestes
Díaz Guerrero.
En tiempos
de colas, de espacios ocupados por varias personas y más aún en esta cultura
tan latina la interacción es inevitable, ahí sobreviene el contacto, el
intercambio y por ende la comunicación. La gente se introduce en los diálogos,
conforman reuniones informales y se expresan, a torrente, sin ton ni son.
A los
humanos nos gusta opinar. Desconozco si exista otro reino donde los habitantes
expresen sus puntos de vistas en alta voz, en lugares inadecuados y hasta de
temas que desconocen. Aquí en el nuestro, en este universo terrenal la gente opina
de béisbol, son estrategas, hablan de política, de medicina y ofrecen tratamientos a
los médicos sobre lo que debe recetar. La gente maneja cifras, fechas, nombres
y geografías disparatadas, lo más triste es que lo hacen con una seguridad
impactante mientras que otros semejantes prestan el oído y toman la información
como referencia para incrementar su cúmulo de conocimientos con bases falsas y
así lo irreal se apodera del grupo, llega a la familia, a los miembros de una
cola o a otros que tengan el oído disponible.
Existen
líderes de la voz y de la palabra, son los periodistas de barrios, especie de
gurúes a quienes se toma de referencia porque se les tiene credibilidad, no
importa que el nivel intelectual del hablante sea alto o mínimo. Su locuacidad
es tal y la personalidad tan imponente gracias a la palabra que es creído. Así
surgen rumores que luego son afirmaciones de temas como el fin del mundo, la
aparición de seres paranormales o determinada agenda económica o social. Esos
seres manejan listas de huracanes, desgracias, habilitan historias inexistentes
o ligadas a rasgos de realidad y siempre los oídos devoran las expresiones.
Escuché una
vez a uno de esos artífices de la palabra esgrimir una teoría basada en que el
desarrollo económico y social de los pueblos está asociado al hielo, a la nieve
y a los crudos inviernos, él hombre, en una universidad y rodeado de
estudiantes de economía, ponía como ejemplo al Norte de América y al Viejo
Continente. Sin comentarios.
Así los que
hoy hacemos colas podemos escuchar barbaridades que son creídas por otros.
Fíjese en las expresiones de los hablantes y en los seguidores que al instante
surgen a su alrededor. Es una especie de magia que se impone más allá de
creencias, de filosofías o de conceptos establecidos.
Quizás sea
necesidad espiritual escuchar lo nuevo, tal vez una manera de romper la rutina
monótona de que algo diferente sucederá o pasó. Es posible que los humanos
deseen aventuras y esta es una nueva manera de encontrarlas, a través de la
ficción de unos y el espacio que le ofrecen otros.
Dice un
principio conductual: Habla moderadamente con los
grandes; prudentemente con tus iguales; sinceramente con tus amigos; dulcemente
con los pequeños y eternamente con los pobres. Por su parte Lin Yutang, filósofo chino,
escribió: La mitad de la belleza depende del paisaje y la otra mitad del hombre
que mira. Igual sucede con la comunicación verbal.