miércoles, 5 de septiembre de 2012


Inició el curso escolar y con él culminó una etapa vacacional en casa para establecer el corre corre, el ajetreo de la escuela. Sabemos que comenzar un nuevo curso implica mochila nueva o reparada, zapatos, forros para libretas y libros de textos, arreglar uniformes o comprar nuevos.
Para algunos la iniciación escolar equivale a tángana, lagrimas y hasta perretas. Es el lenguaje de casa, el que se vive allí en ese momento en que el pequeño no desea quedarse en el aula mientras mamá o papá regresa a casa.

Para quienes ya llevan años en una enseñanza este nuevo curso es casi rutinario aunque siempre están las motivaciones de las amistades, de romper el entorno hogareño y hasta de reencontrarse con el noviecito o noviecita luego de dos meses de vacaciones.
Algunos añoran en el aula la bicicleta, el nuevo juego de computadora, un caballo y los juegos de fútbol o béisbol. Son realidades que hay que enfrentar porque educar es lo mismo que poner motor a una barca, hay que medir, pesar, equilibrar y poner todo en marcha. Para eso uno tiene que llevar en el alma un poco de marino, de pirata y un poco de poeta. Educar es cultivar a un tiempo el conocimiento de lo verdadero, la voluntad de lo bueno y la sensibilidad de lo bello. Sucede que los padres también educamos. 

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