sábado, 17 de noviembre de 2012

La crónica que no escribí.


La madrugada que Banes iba a recibir el huracán Sandy estaba en la Habana. Pero hubiese querido estar aquí recibiendo el capricho de la naturaleza en mi Banes querido. Pese a los vientos y al siempre latente peligro quería estar junto a mis hijos, mirando el techo y a las paredes como si pudiese aguantarlos en caso de que colapsaran.

Como periodista anhelé vivir el momento para describirlo, volcarlo sobre el papel, porque en esta profesión los sucesos se viven o se interpretan aunque se corra el riesgo de obtener puntos de vistas errados.
De todas formas los testimonios quedan: el vecino que no creyó en la fortaleza del fenómeno, los que pronosticaron su debilitamiento cuando tocara con la Sierra Maestra, los que dijeron “que pase lo que sea yo no tengo miedo” y también quienes luego gritaron de espanto. Casos como los de unos tíos allá en mi natal Santa Justa, una pequeña comunidad rural cercana a Retrete, quienes  acurrucados bajo un colchón, con muchos años de edad y de matrimonio no se habían percatado de que su casa ya no tenía techo hasta que el hijo los llevó a la realidad cuando la calma del ojo.
Conozco de un abuelo medio sordo, que vive en un bohío y cuando lo fueron a buscar para protegerlo en una casa supuestamente más segura contestó “No, aquí no ha hecho viento alguno”. Ojo, los bohíos son casas con cubiertas de guano (hojas de palmas) y paredes de tablas o yaguas del mismo árbol muy fuertes y resistentes a esos eventos meteorológicos.
¿Cuántas personas se cobijaron debajo de mesetas, camas o mesas? No lo sé ni tampoco creo que lo sepa alguien algún día, pero fueron muchos. Y es que nadie pensó que Sandy era un “extraño” como lo fue. Inició su amenaza como tormenta tropical, sorteó las elevaciones de Jamaica, luego huracán, no perdió fuerzas al atravesar las montañas del oriente cubano y se despidió por Banes. Luego se transformó en un híbrido, mezcla de fenómeno tropical y tormenta invernal para azotar al norte del continente.
Dicen que Sandy duró más que el Ike, que la primera parte parecía interminable. En casa un mamoncillo y un árbol del pan, sobrevivientes del primero hace cuatro años, no pudieron ante los embates de este último. Aunque los vientos fuesen menos fuertes duraron más.
Así la naturaleza dejó a Banes en cuatro años crucificado, de oriente a occidente el Ike, de sur a norte Sandy. Una ironía que me hizo recordar el título de un libro leído hace muchos años “Ciclones con nombres tiernos”, precisamente el título con que hubiese publicado la crónica que no redacté.

1 comentario: