viernes, 4 de marzo de 2011

Ayer me llamaron tío.


Ayer me llamaron “tío” e inmediatamente la frase me transportó a la primera vez que me dijeron “oiga”, eso ya era símbolo de edad, pero ¿Es solo eso? No. Es también sinónimo de experiencia, conocimientos, años vividos y el placer de haberme trasladado en un tiempo y espacio más extenso que otros términos o edades.
El “tío” no fue despectivo, fue pronunciado por estudiantes que liberaron un asiento ocupado por uniformes en percha y eso alegra, tanto por la bondad de la edad como  por el gesto de ofrecer el asiento.
A otros le llaman “puro”, “señor”, “mayor” y otros tantos sinónimos que no deben mirarse ni escucharse como faltas, nooo, eso es reconocimiento y respeto.
Ojalá que un día me puedan llamar “abuelo” y que también brinden el asiento o la mano para ayudar a cargar un peso o para cruzar una calle.
La edad es un privilegio, a medida que esta sea mayor, mayor será la grandeza que encierra el gesto.
A quienes comenzamos a peinar canas no nos debe incomodar el renombre. A quienes lo pronuncian deben mirar el grado de humanismo conque lo hacen. Eso es justo y se siente.
Es una manera de encontrar detalles, formas bonitas que pone la vida en nuestro decursar y que a veces no se repiten. Ocasiones para quienes lo ofrecen y para quienes lo reciben. Las grandes obras están confeccionadas de pequeñas cosas, solo que hay que sentirlas, saborearlas y no olvidarlas. Son las jornadas del almanaque de la vida que puede ser extenso o efímero, pero la extensión la medimos nosotros mismos.
Bienvenidos los gestos, demos las gracias y no pongamos caras ácidas. También vivimos la niñez, la adolescencia y la juventud. Para quienes logren vivir otras edades felicidades, el “tío” es solo un escalón que hay que saber pisar para seguir escalando la ruta que lleva a la cuenta de ahorro de los años. Ella no se devalúa, al contrario: crece en el día a día de la existencia.
 Entonces es válido decir: Yo no creo en la edad pues todos los viejos llevan
en los ojos un niño y los niños a veces nos observan como ancianos profundos.
¿Mediremos la vida por metros, por kilómetros o por meses? Cuánto debemos andar hasta que, como todos, en vez de caminarla por encima, descansemos debajo de la tierra?
Vamos a acercarnos al hombre, a la mujer que consumaron acciones, bondades,  fuerza, cólera, amor y ternura, a los que verdaderamente vivos florecieron y en su naturaleza maduraron.  Vamos a acercarnos a la medida del tiempo que no debe ser una medida.
Digamos ahora, “tiempo te enrollo, te deposito en mi caja silvestre y me voy a pescar con tu hilo largo los peces de la aurora que puede estar distante o cerca pero que existe” Tratemos de que lleguemos a ella. Es posible.

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