jueves, 29 de mayo de 2025

 

Por Orestes Díaz.

Jugar es una manifestación que pude ser lúdica, educativa y entretenida, pero también puede y a veces debe ser seria. Hay momentos en que la línea que separa el juego de la seriedad es tan ancha como una autopista, pero en ocasiones es tan fina como el hilo que emplean las arañas para confeccionar su tejido.

Ahí radica la complejidad, en el momento de entender cuándo se puede uno o lo otro. Sin embargo, hay seres que, por carácter, personalidad, educación, vivencias no se sabe de qué lado están y ello puede ser una encrucijada para quien actúa y también para quien se haya como público.

Así han existido mal entendidos, accidentes, por gestos, palabras, por acciones disfrazadas y al final: yo no quise decir esto o no deseaba hacer lo otro. Usted fue el mal entendido. ¿Quién define en ese momento al portador de la razón?

Escribió Friedrich Nietzche, filósofo alemán, que “La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con la que jugaba cuando era niño”.

Hace horas escuchaba una historia de alumnos que le escribieron a un profesor de manera anónima una serie de interrogantes que a la postre eran dudas, elementos de los que no se habla y los jóvenes querían saber. Asuntos espinosos para algunos de mentalidad cerrada, aspectos normales y necesarios para seres de mentalidad abiertas y sin temores.

¿Era juego o seriedad lo que contenían cada una de aquellas interrogantes? Puede que de las dos, bien unidas, indisolubles, y es que el juego puede ser muy serio, aunque se haga sonriendo.

Jugar no es un lujo, es una necesidad.  jugar para un niño es la posibilidad de recortar un trocito de mundo y manipularlo para entenderlo. Pero es que todos tenemos dentro un trocito de niño que va a la tumba con cada portador. El juego verdadero es espontáneo, incierto: nunca se sabe a dónde va a llevar. No consiste en ganar o perder, ni en alcanzar un objetivo o hito.

El juego es el contexto en el que las cosas suceden y donde aprendemos a gestionar conflictos, a regular emociones, a aceptar la derrota como algo natural y a entender que al día siguiente tendremos una nueva oportunidad porque lo de ayer ya pasó. También en el juego decidimos elegir o ser elegidos por otros, y donde aprendemos que no necesitamos nada más allá que el poder de nuestra imaginación.

Deja de jugar que esto ya va en serio”. Con esta frase demoledora se termina de un plumazo gran parte de las posibilidades que tenemos de enriquecernos, de modo gratuito, del aprendizaje más valioso y duradero del que dispone el ser humano.  Jugar puede ser la sombra de la seriedad o viceversa.

 

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