lunes, 28 de abril de 2014

Caído de dos palmas.


“He sido un bebedor de vino de palma desde que tenía diez años. No he hecho otra cosa” subrayó Amos Tutuola,  a quien le motivaron las palmas para escribir una de las novelas cumbres de la literatura africana “El bebedor de Vino Palma”.
Alfredo Rodríguez también fijó su vista en los desafiantes penachos para redactar el día a día de su vida.  Hoy tiene 45 años de edad y de ellos 30 desafiando las alturas pero esta no es la exclusividad.
Lo exclusivo de este hombre es que ha caído dos veces desde el Árbol Nacional de Cuba quien narra “La primera vez me caí desde unos siete metros de alto, me iba a deslizar por una soga, hice una maniobra mal y la cuerda resbaló por la palma junto conmigo. Caí de pié junto al tronco, la planta del pié quedó mirando para arriba”
Secuelas de las operaciones.
Recuerdo a Alfredo Rodríguez cuando niño con su tez pecosa, rubio y de pelo enmarañado, pescaba camarones con anzuelo en el riachuelo de Tierra Blanca, una pequeña comunidad rural cercana a los Berros, en este municipio de Banes. Entonces algunas madres no querían que sus hijos jugaran con él y su hermano porque según ellas “los hijos de Manolo son traviesos” Y no estaban muy desacertadas Alfredo comenzó a escalar palmas y a arriesgar su vida en las alturas para desmochar a los 15 años de edad. Afirma “que desde arriba todo se ve más bonito, el aire es fresco y hasta los pájaros te acompañan”.
Rememorando su primer gran mal momento dice “Aquel día pensé que no podría trepar más, me tuvieron que hacer injertos de tejidos, me pusieron varillas y las rechazaba, pasé meses en una agonía hasta que por fin me curé. Al poco tiempo las palmas me llamaban y allá fui”
Alfredo ha llegado a escalar en un día 118 palmas reales, la mayor parte, unas 80,  en la mañana porque por la tarde el cuerpo está más agotado. “La segunda caída fue de más abajo,  a unos seis metros, se me zafó el muslo del estribo cuando hice un movimiento brusco, venía de cabeza, por instinto abrí los brazos y sentí algo en la mano: era una soga. Apreté y eso  hizo que me detuviera por un momento, el cuerpo dio un giro y me enderecé pero no aguanté el peso y me zafé”
Rememorando la segunda caída Alfredo recuerda “debajo de la palma había un pedregal, como diente de perro y había un lugarcito  que tenía arenita parece que se acumuló de cuando llovía y caí ahí mismo, me lastimé pero no hubo fractura”.
Actualmente trabaja con la Cooperativa 26 de Julio de Flores donde promedia unas 50 palmas diarias. Historia para contar, no se si una profesión para imitar pero este campesino banense evidentemente tiene suerte. Dijo Alejandro Dumas que la vida es fascinante: sólo hay que mirarla a través de las gafas correctas. Alfredo añadiría que cada cual tiene sus gafas.

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