En colas, coches, en la bodega o en la farmacia. A veces en dúos el vecino se desahoga, también el desconocido. Se dicen locuras, sueños, también realidades. Se escuchan cosas dignas y otras descabelladas.
Alguien escribió al final de la primera mitad del siglo pasado que los hijos de esta tierra hablan de todo y de todos. Tremenda vigencia. Pero el ciudadano común parece que necesita más. Quiere destacarse, ser tenido en cuenta, e incluso ser importante. Así se aferra al verbo y discursar por doquier.
Llama la atención que con frecuencia se habla, y con razón, de la libertad expresión. Es obvio que hay que tenerla, decir lo que se siente, pero en el lugar adecuado, porque si no exigimos algo justo y con ello hacemos algo injusto. Para qué hablar cuando no se nos escucha a no ser que sea a modo de catarsis.
Sin embargo, como decía el gran Eduardo Galeano, primeramente y sobre todo, más que libertad de expresión hay que tener libertad de pensamiento.
¿Qué importa la libertad de expresión si lo que se dice no son más que imbecilidades? Para qué sirve si no se sabe pensar, si no existe sentido crítico y analítico, si no sabes ser libre intelectualmente.
“Libres son quienes crean, los que no copian y libres son quienes piensan y quienes no obedecen por obedecer. Educar es enseñar a dudar”, añadía el escritor y ensayista uruguayo Eduardo Galeano, y yo agregaría: educar es enseñar a pensar y a hacer uso responsable de la libertad. La duda ejerce influencia en la búsqueda y el aprendizaje.
Según algunos teóricos latinos, entre los que estaba Galeano, “el mundo se divide, sobre todo, entre indignos e indignados, y ya sabrá cada quien de qué lado quiere o puede estar…” Unos hablan y los otros se sienten aludidos, como si no hubiese terceras opciones. No solo existe el blanco y el negro. Hay auroras y ocasos, incluso arcoíris. Pero hay que pensar, debemos atrevernos a pensar e imaginarnos opciones porque si no, caemos en el círculo vicioso que corroe y eso mata la esperanza.
El miedo es dañino, mata la esperanza, sin embargo, tal y como la esperanza es el antídoto del miedo, según Eduard Punset «La felicidad es la ausencia de miedo.»)...
Para hablar libremente primero hay que pensar libremente, adquirir conocimientos y no repetir como un autómata. Atreverse a ser feliz y muchas veces pensar diferente. Hoy más que nunca hay que buscar los valores morales independientemente del monetario, que también hace falta.
Estamos necesitados de destruir ladrillo a ladrillo los espejismos que la voracidad a veces nos impone en la vida diaria. Con la fuerza de la palabra y el pensamiento se puede intentar.
En estos tiempos el mundo a veces, y de muchas formas, nos domestica para que desconfiemos del prójimo, para que el otro sea una amenaza y nunca una promesa. Fuimos nacidos hijos de los días, porque cada día tiene una historia y nosotros somos las historias que vivimos.
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