
Ella a veces no habla, se muestra insensible a sus caricias y cuidados. Casi tosca, casi bruta, infértil porque se niega a procrear… pero él de todas formas la ama.
Y en un amor sin metas la sigue, le conoce cada secreto, cada parte húmeda donde tocar, las curvas y pronunciaciones del cuerpo, la mira a la luz de la luna con una poesía especial, espera que el alba le ilumine el rostro como esperando una sonrisa.
Y un buen día acaba la calma, él la marca, la recorre palmo a palmo hasta que llega el fluido sagrado, como de los dioses. Coloca el gen, pasa el tiempo, y nacen las nuevas vidas, entonces aparece una nueva imagen, fértil, sonriente y acogedora.