Pasaba por un barrio denominado el Fusil donde hay unas salas de televisión muy bien conservadas. Específicamente son tres. Mientras el ómnibus rodaba mi imaginación también se transportaba hacia ellas. Más que un espacio para recreo e información esos locales son una especie de refugio para los sueños de los niños y porqué no, también de los adultos.
Ante un televisor es posible soñar, alegrarse, asustarse o triunfar a la par de los protagonistas. La pequeña pantalla también educa, informa y seduce. Es una especie de novia que te atrapa y no te suelta cuando las ideas y la mente son ligeras y ricas.
En las salas de televisión hay juegos, ajedrez, balones, dominó, hay libros que pese a la revolución tecnológica y la internet son insustituibles. Ellos tienen su textura, olor y hasta sabor. Desempolvarlos y poner el marcador entre sus páginas es un deleite que solo lo sabe quien lee.

En las salas de Tv se orienta, los jóvenes que en ellas laboran estudian y pronto se graduarán de comunicadores sociales, psicólogos o licenciados en derecho. En ellas se cultivan flores y hasta frijoles. También se acogen visitas, se exponen trabajos de creadores locales y se ofrece dignidad a la comunidad. Son un espacio de respeto y encuentro, de sueños y realidades, es una opción válida y hermosa que es vital hacerla perdurar eternamente porque los sueños no deben morir, sin ellos no habría realidades, ni presente ni futuro.
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