viernes, 13 de mayo de 2022

La desventura de Venturita.

 

La desventura de Venturita.


Por Orestes Díaz.

Conocí a Venturita cuando iba a buscar los mandados a la tienda de El Fusil. “Mandados” era el término con que se les denominaba a los productos de la canasta básica familiar. Todavía hay personas que se expresan así. Entonces el dependiente era Aurelio Pupo, el padre del músico banense Tomás Pupo.

Venturita parecía que era de descendencia Haitiana o Jamaiquina. Quizás sus padres fueran traídos directamente de África hasta aquí. No lo sé. Pero Petra me afirmó que su origen era afrocaribeño y esta morena espiritual que hoy vive en Veguitas conoció muy bien a la familia Patterson a la cual pertenecía el hombre de esta historia.

Recuerdo que tenía una malformación en uno de sus brazos. Venturita no montaba en ómnibus incluso cuando Aurelio, el dependiente, le instaba a que lo hiciera y que él le abonaba el pasaje. En los años 70 y 80 de El Fusil a Los Berros lo más que valdría el pasaje eran 10 centavos. Tal vez cinco. Ventura ofrecía una negativa rotunda. Me voy a pie. Se reía como los Taitas de las novelas.

Aurelio Pupo, el dependiente, jaraneaba con él cuando el hombre venía a la bodega a buscar el pan. Contaba Aurelio que Venturita quedó lisiado debido a un accidente. Primero fue un error mental y luego la acción y reacción de las leyes físicas.

El hombre subió a un árbol y cortó una rama en el segmento que se encontraba entre el tronco y él. Cuando el acero hizo suficiente mella en la madera el gajo se precipitó a tierra con el hombre encima y con la caída sobrevino la fractura y al parecer el traumatismo que le dejó la invalidez en una de sus extremidades. Contaban entre risas que en ese momento Venturita dijo: “Seré vaina caramba”

Venturita era un buen hombre. Nunca lo vi enojado, no creo que tuviera inutilizado ese estado de ánimo pero se caracterizaba por una eterna sonrisa, una amabilidad extrema y la disposición de saludar siempre a todos los que se encontrara en sus frecuentes y diarios recorridos. Me contaron que eran cuatro hermanos varones, había también una hembra, y que era una familia trabajadora. Me afirmaron que cuando la compañía dominaba los procesos cañeros de estos lares los Patterson tenían cuenta abierta en la tienda conocida como “De Luis Manuel” en el Way. No había temores. Ellos luego pagaban con el dinero ganado con el sudor.

Evidentemente, y sacando conclusiones, las personas buenas y sanas quedan en el recuerdo con mejor ubicación que las toxicas. Los seres negativos puede que no se olviden en quienes dejaron su marca. Pero son acomodados inconscientemente en el estante más lejano y oscuro de la memoria. Es como si no existiesen. Mientras más malas experiencias vaya el individuo acomodando mayor será el polvo de la historia que cubra lo indeseable.

El buen Venturita tal vez no olvidó jamás aquella infantil caída que le provocó una huella física, pero con su accionar debió tener otros miles de dulces y agradables momentos ofrecidos por quienes le conocieron. Aquel afrodescendiente con el brazo mutilado era feliz, quizás, no por lo conseguido en el orden material, sino porque disfrutaba lo que tenía. Ahí contaban los gestos auténticos y misericordiosos que le ofrecían vecinos y conocidos.


Hábil con los brazos y con los cuentos.

 


Hábil con los brazos y con los cuentos.

Por Orestes Díaz Guerrero.

Labores ha habido muchas. Desde el mismo surgimiento de los humanos. Algunos tan increíbles que pueden emular en el libro Guinnes de Récords. Otros parecen risibles. Recuerdo una historia, cierta o no, donde se narra que un banense muy amigo del Presidente Fulgencio Batista fue a verle y le pidió trabajo. El general le envió a recorrer la Habana para que le trajera una propuesta. El hombre al regresar pidió el puesto de mover los palitos delante de una banda de conciertos. La respuesta imagínesela. Ese era el maestro. No podía ser cualquiera. Cuentan que el hombre pidió entonces ser quien transportara los palitos al director de la banda.

Trabajos siempre han existido lo que no todos quieren o pueden asumirlos. Condiciones físicas, éticas, morales, cognoscitivas y otras restringen el puesto o el desempeño en determinado puesto.

Conocí a Víctor Pérez Borrego. Hombre bien alto, de casi dos metros, que se dedicaba a abrir pozos. Eran casi siempre huecos bien profundos para encontrar agua potable en patios y fincas. Doblar aquel largo espinazo cientos de veces no debió ser tarea fácil ni en lo físico ni en lo espiritual. Pero lo hacía. La honradez y su tiempo lo llevaron a desempeñar aquella ruda faena.

Cuando iniciaba la labor había que concluirla y ese final debía ser con el espejo de agua en la inmensa cavidad. Si el líquido no aparecía en suficiente fertilidad no había pago. Había que continuar escarbando como si fuese una compañía de topos. Luego venían las piedras para embrocalar el hueco y así hasta entregar la obra.

Es este un trabajo caluroso, de poca ventilación y duro. También peligroso. Sé de derrumbes y de seres que han quedado sepultados en el intento. Aún hay quien oficia como excavador. No sé si esa labor esté recogida en las regulaciones del Trabajo por Cuenta Propia en Cuba y si lo está no deben ser muchos quienes se disputen los puestos. Conozco que hay personas, incluso jóvenes, que lo desempeñan a la forma tradicional pues hay otras técnicas menos trabajosas que la excavación es a modo de mortero.

Hay lugares sin abasto de agua por el sistema tradicional y algunos vecinos se reúnen para abrir pozos. Unos cavan, otros botan tierra o hacen mandados, las féminas casi siempre se encargan de las meriendas o alcanzan algún que otro utensilio. Pese a las ciencias existen técnicas antiquísimas. Hay personas que dicen dominar ciertos conocimientos o habilidades con un alambre. Ante determinados cambios o movimientos de la lámina metálica es el indicio de que existe agua en el subsuelo y por ende es el lugar adecuado donde excavar.

Los pozos quizás hayan caído en desuso. La gente hizo emigraciones casi masivas a las ciudades o cerca de ellas buscando electricidad y agua corriente, cercanía a centros asistenciales y de servicios y la proximidad a las vías de transportación.

Las turbinas y las conductoras humanizan la tracción de agua. Pero aún hay zonas donde estos métodos no llegan por red o el ciclo de abasto no satisface la demanda ni las necesidades y entonces hay que ir a la tradición de excavar la tierra en busca de una de sus riquezas naturales. El agua.

Mi tío abuelo Víctor Pérez murió hace algún tiempo ya. Era una especie de cuentista por excelencia. A veces se le iba la mano en las historias lo que hacía dudar de la narración y la credibilidad de las mismas mermaba. Pero era una especie de libro de cuentos viviente. Aunque usted supiera que estaba contando “guayabas” valía la pena escucharle. Tenía tanta habilidad y destreza en el verbo como en sus brazos de legendario excavador de pozos y esto último sí que era cierto.



La elección de ser.

 



La elección de ser.

Por Orestes Díaz.

La única hija de mi única hermana sanguínea discutió su título de doctora en medicina. Atrás quedaron seis duros y difíciles años de estudios, horas sin dormir, estrés asfixiante, profesores más difíciles que lo ordinario.

Un quinto año que culminó con un embarazo, un sexto año que no pudo iniciar cuando debía por dos enfermedades neurológicas, como si con una no hubiese bastado. Alrededor de 4 meses ingresada en el Hospital Clínico de la ciudad de Holguín. Hubo días que si se bañaba no comía, era como la batería de un viejo teléfono. Apenas acumulaba energía.

Pero pudo, ciencia y voluntad, se aferró a la vida y a la carrera. Llegó a la meta. Solo un punto por detrás del 100. Un 99 que supo a gloria salido de un jurado integrado entre otros por Ana Douglas y Rúbert García.

Abrazos, besos, fotos, Facebook y como no, compartir un rato con familiares, compañeras y jurado. Había más historias, el momento era propicio.

La Douglas recordó aquella década de los 80 en los preuniversitarios de Godínez y Fustete. Personajes, estudios, cosas de la época pero era una generación buena. No pongo en tela de juicio a ninguna otra. Aquella lo fue.

El doctor Rúbert destapó una faceta que pocos conocen. Sé de su amor por el deporte y conocimientos sobre diferentes disciplinas, estadísticas y demás. Pero él también practicó béisbol, de cuando se jugaba duro y con amor. Eran años cuando había competencia por doquier y los campos se llenaban sin importar que fuera en Deleyte, Mulas, Los Pasos, los Berros o Cañadón.

El doctor era buen pitcher y buen bateador, si no podía conectar duro, tenía ingenio para tocar y embasarse. Ojalá se hiciera hoy en todos los niveles de nuestra pelota.

Rúbert también nos narró su amor por el básquetbol. Hizo equipo en un partido amistoso Haití y Cuba cuando cumplía misión en el casi siempre agitado país caribeño. La primera canasta fue del reconocido clínico quien también había representado a otros equipos cuando más joven.

Hay otras historias, hay curiosidades que más adelante escribiré porque vale la pena. Esta es solo una reseña de un momento agradable, bonito y que por supuesto no es único. Es el orgullo de una familia y de muchas otras cada día que se discuten títulos. Ojalá que la virtud se reproduzca en cada graduado para bien de todos. Dijo un sabio: “Debes caer para saber lo que es levantarse, debes quedarte solo para apreciar la compañía y debes llorar para saber lo que es reír”. Es posible. Recuerde que usted no es lo que le sucedió, usted es lo que eligió ser.


martes, 28 de enero de 2020

Opinar.



Opinar y opinar bien no es tan fácil.
Por Orestes Díaz Guerrero.
En tiempos de colas, de espacios ocupados por varias personas y más aún en esta cultura tan latina la interacción es inevitable, ahí sobreviene el contacto, el intercambio y por ende la comunicación. La gente se introduce en los diálogos, conforman reuniones informales y se expresan, a torrente, sin ton ni son.
A los humanos nos gusta opinar. Desconozco si exista otro reino donde los habitantes expresen sus puntos de vistas en alta voz, en lugares inadecuados y hasta de temas que desconocen. Aquí en el nuestro, en este universo terrenal la gente opina de béisbol, son estrategas, hablan de  política, de medicina y ofrecen tratamientos a los médicos sobre lo que debe recetar. La gente maneja cifras, fechas, nombres y geografías disparatadas, lo más triste es que lo hacen con una seguridad impactante mientras que otros semejantes prestan el oído y toman la información como referencia para incrementar su cúmulo de conocimientos con bases falsas y así lo irreal se apodera del grupo, llega a la familia, a los miembros de una cola o a otros que tengan el oído disponible.
Existen líderes de la voz y de la palabra, son los periodistas de barrios, especie de gurúes a quienes se toma de referencia porque se les tiene credibilidad, no importa que el nivel intelectual del hablante sea alto o mínimo. Su locuacidad es tal y la personalidad tan imponente gracias a la palabra que es creído. Así surgen rumores que luego son afirmaciones de temas como el fin del mundo, la aparición de seres paranormales o determinada agenda económica o social. Esos seres manejan listas de huracanes, desgracias, habilitan historias inexistentes o ligadas a rasgos de realidad y siempre los oídos devoran las expresiones.
Escuché una vez a uno de esos artífices de la palabra esgrimir una teoría basada en que el desarrollo económico y social de los pueblos está asociado al hielo, a la nieve y a los crudos inviernos, él hombre, en una universidad y rodeado de estudiantes de economía, ponía como ejemplo al Norte de América y al Viejo Continente. Sin comentarios.
Así los que hoy hacemos colas podemos escuchar barbaridades que son creídas por otros. Fíjese en las expresiones de los hablantes y en los seguidores que al instante surgen a su alrededor. Es una especie de magia que se impone más allá de creencias, de filosofías o de conceptos establecidos.
Quizás sea necesidad espiritual escuchar lo nuevo, tal vez una manera de romper la rutina monótona de que algo diferente sucederá o pasó. Es posible que los humanos deseen aventuras y esta es una nueva manera de encontrarlas, a través de la ficción de unos y el espacio que le ofrecen otros.
Dice un principio conductual: Habla moderadamente con los grandes; prudentemente con tus iguales; sinceramente con tus amigos; dulcemente con los pequeños y eternamente con los pobres. Por su parte Lin Yutang, filósofo chino, escribió: La mitad de la belleza depende del paisaje y la otra mitad del hombre que mira. Igual sucede con la comunicación verbal.

Padres y maestros enseñanzas en paralelo.



Padres y maestros enseñanzas en paralelo.
Por Orestes Díaz.
El amor puede ser la causa de todo incluso de que el niño no quiera ir a la escuela, de que sea violento y también de que esté lleno de traumas psíquicos. Se preguntará usted: pero cómo? Sí, por la ausencia de él por la falta de ese sentimiento.
Si los padres no inculcan amor y utilidad a la enseñanza profesional docente, si no motivan al infante difícilmente este quiera ir y si lo hace casi siempre mostrará desinterés y apatía y por ende los conocimientos y notas dejarán mucho que desear.
El primer maestro que tienen los chicos son los padres solo que a veces lo olvidan y en vez de enseñar buenos modales muestran los caminos torcidos. Luego dicen que árbol que nace torcido jamás su tronco endereza y no. Sucedió que los padres criaron al chico como un Bonsai dándole una figura grotesca pero en lo interior, en sus sentimientos peor que si fuese torcido por fuera.
Recuerdo cientos de ejemplos, historias y anécdotas donde padres y abuelos le exigen violencia al chico: ¡Si fulano se mete contigo rájale la cabeza con una piedra o métele un palo en la cabeza!. Evidentemente el instinto de las cruzadas persiste a miles de kilómetros y a muchos siglos de aquella arremetida violenta desde Europa contra los musulmanes.
Otro tanto sucede con papá, abuelo e incluso mamá cuando preguntan al chico qué le va a hacer a la muchacha, no importa que sea una vecina o alguna niña imaginaria. Ya todos sabemos el juego de los deditos. Alguien  decía hace unos días ¡El niño está enamorado de la vecinita, mira como la mira y le saca fiesta! Y que iba a ser el nené pregunto yo? Leer? Irse al parque? No. Esa es su comunicación y su manera de manifestarse ante determinados estímulos que va descubriendo en el crecimiento.  Si no lo hace entonces piensan que el chico tiene problemas y tampoco. Cada quien va formando su personalidad.
Pero regresando a la relación hogar-escuela, el primero debe asumir su roll. Hay padres con mínimo nivel de escolaridad pero muestran una lógica adecuada y sensata hacia el sistema de enseñanza, motivan, ayudan, y buscan medios, a veces casi inalcanzables, para que el chico sea feliz en el aula, para que no vaya a menos. Hogares donde se aprietan el cinto y salen adelante. El futuro les recompensa casi siempre con un buen estudiante y luego con un profesional brillante.
Otros senos familiares por el contrario, compuestos por profesionales y con una economía de notable entrada, obran diferente. No preparan el futuro de los hijos, no ayudan a la escuela, quitan la razón al maestro y hasta obstaculizan la gestión del centro de enseñanza. La novela cubana de turno muestra ejemplos fehacientes.de cuanta torpeza se puede hacer.
Lo peor es que en este último caso se deforma el carácter de los hijos, cambian las aspiraciones y metas, se crece sobre bases violentas, sin rasgos de humanismos y luego también viene la cosecha. Hijos que no trabajan, con problemas de conductas donde quiera que estén y que no desprenden amor precisamente. Tampoco lo merecen y vienen a ser los indeseables del barrio o de donde estén aunque tengan una billetera abultada.
Sabemos que en tales situaciones también existen otros seres que se les acercan por interés, por viveza y por beneficios económicos. Seres que casi siempre son semejantes al individuo en cuestión.  Tengamos presente que quien tarde aprende sabe inútilmente. Sabemos lo que somos, pero no en lo que podemos convertirnos. La educación sí es vital… La cuna es la primera aula, la casa es la primera escuela, nuestros padres los primeros maestros. No culpemos los resultados. Analicemos las causas. Un momento puede hacernos desgraciados para siempre. Orestes…

Rica o pobre?



Rica o pobre?
Por Orestes Díaz.
Mi abuela materna no era rica, vivía con mi abuelo en una casa con techo de guano y paredes de tablas de palmas por allá, por los Berros, en una comunidad inexistente ya llamada Tierra Blanca. La cocina estaba forrada de yagua, doble, fuerte, limpia pero yagua al fin. En ella tuvieron cinco hijos, cuatro hembras y un varón.
El piso era de tierra que mi abuela mantenía a nivel raspándolo con un cuchillo y agachada lo baldeaba a mano con arena de río o buscada de las que dejaban los torrentes de agua de lluvia en los caminos cuando llovía. En aquella casa de dos cuartos no había ni un solo equipo electrodoméstico. El reloj era ruso, de cuerda. Tictac, tictac….Quizás marca Slava, quizás Poljot…
Se cocinaba con leña en un fogón que parecía una mesa y cuya superficie era blanca. Mi abuela baldeaba con tierra blanca aquel espacio que por estar cerca de la madera en combustión, el humo y el tizne no tenía por que estar negra. La olla de presión lucía impecable, no era puesta directamente a las llamas que tiznaban, sino sobre una superficie de metal, una lata de gas recortada como decían entonces. Corrían los años 80 del pasado siglo.
Aquella mujer de casi un metro 90 de altura preparaba por las tardes la comida de las aves de corral para el siguiente día. Yuca machucada con dos piedras al más puro estilo indígena o coco igualmente fragmentado cuando la cosecha del maíz no había sido buena. Por las mañanas el patio era una verdadera congregación de gallinas, guanajos y cerdos. Muchas veces sumando todos los animales superaban el centenar.
Se lavaba en el río, lejano, con paleta de madera, sobre una piedra plana y tanto en la ida como en el regreso la ropa era llevada en una batea de madera que mi abuela cargaba sobre su cabeza. Fuerte la mujer, descendiente de canarios creo, pero persistente como una gallega. Las metas las cumplía.
Mi abuelo, campesino, proveía la casa  de comida que en casi su totalidad salía de sus tierras cultivadas en lomerío y de pocos nutrientes pero la voluntad y el conocimiento se imponían a las dificultades. No había tiendas en divisas cuando entonces, tampoco mercados como la campana aunque sí había primorosa, un establecimiento con productos liberados con precios un poco por encima de lo que tenían en otros establecimientos.
Recuerdo que un almuerzo simple podía ser potaje con algo dentro, arroz blanco, boniato de una variedad que había todo el año y quizás huevos hervidos, ¿Cuántos huevos? Los que uno quisiera. Digo potaje con algo dentro porque encima del fogón de leña casi siempre había carne ahumada o curada colgando en una varita, estaban las latas con manteca de cerdo con chicharrones y masas fritas. Siempre colgando, no había refrigerador, tampoco comían con aceite, todo era con grasa de cerdo.
El bungo rodeaba el platanal a modo de cortina rompevientos y contra plagas decían, maduro era para los animales o alguna vez frito. De noche se reunían los compadres, vecinos y se repartía turrones de coco, dulce de leche, gofio, algún otro dulce de frutas y siempre café. Si hacía frío entonces chocolate. Se hacían historias de aparecidos, sucesos incomprensibles y otros que se entendían muy bien. Eran los boletines de barrios.
Mis abuelos rezaban antes de acostarse, creían en un ser divino y jamás, de los jamases les escuché una palabrota ni tampoco palabrita aunque hubiese un golpe terrible en un dedo o en la cabeza. Ese lenguaje estaba desterrado o no fue aprendido y si lo fue pues entonces fue olvidado. El viejo Pepe ponía los zapatos en cruz, decían que así se evitaban las pesadillas las que le eran recurrentes y el buen hidalgo era por demás sonámbulo.
No escuché nunca ofensas, ni habladurías sobre vecinos, iban a ver a los enfermos del barrio y no precisamente con las manos vacías. No sé cuántos ahijados tendrían. Por las tardes mirábamos el cielo para descubrir animales o semejanzas de personas en las nubes. Se tenía control del regreso de cada animal a la hora de dormir, con una sola mirada bastaba para pasar lista y descubrir al ausente que pocas veces era por hurto Casi siempre eran gallinas que se quedaba echadas para encubar los huevos.
Hasta qué grado estudiaron? No lo recuerdo, pero mi abuela tenía excelente ortografía, pintaba bien fijándose por los libros, era ávida lectora. Ambos eran sumamente educados y daban amor, mucho amor. Por qué los traigo a esta crónica? Porque hay riquezas sin oro ni ostentaciones. Hay caudales de valores y de buenas acciones que no caben en bancos ni cajas fuertes. No es delito apoderarse de ellas, tomarlas, emplearlas, ni siquiera hay que pedirlas. Solo una condición, aprenderlas y usarlas.
De mis queridos abuelos no sé si eran pobres o ricos pero a quienes les conocieron les dejaron una enorme herencia moral.  

Querida abuela