20 años dicen que no son nada, claro eso depende en que situación se encuentre quien lo dice. Para el planeta tierra son muchos, más si nos fijamos en lo que a cuidado medioambiental se refiere.
En Cuba la
historia reciente no recoge otoños bien marcados aunque hace dos décadas atrás
si era posible vivir los denominados días poéticos. Les caracterizaban brizas
que arrastraban las hojas desprendidas de las ramas, nubes viajando a baja
altura y la melancolía típica de las jornadas semi a oscuras. Las temperaturas
eran agradables y la llovizna impertinente invitaba a quedarse en casa.
Pero el denominado
cambio climático existe y el verano se alarga tanto que ya roba jornadas y
frescura al invierno para hacer de esta área geográfica una zona tórrida donde
la poesía sentimental huye a otras latitudes. No creo que la musa baje tan
fácil cuando se está bajo un sol abrazador, acariciado por un aire seco, con
sed y los ojos semicerrados por el exceso de luz.
Pese a todo aún no
existe una cultura sobre el cambio climático, la gente quema plásticos, tala
árboles de manera indiscriminada y luego no forestan. Así crece el
desequilibrio natural, entonces no es extraño que en poco tiempo nos castigaran
dos huracanes, que por Filipinas otro fenómeno acabara con la vida de más de
diez mil personas y que el cáncer de piel se incremente entre tantos otros
fenómenos.
Dice Bert Cozens,
un amigo canadiense, que en su país ya nevó y que hace frío. Por suerte este
otoño a lo cubano ya nos trae lluvias, las temperaturas comienzan a bajar, el
sol se oculta a veces y algunas hojas como los flamboyanes se desprenden para
cubrir el piso de una alfombra amarillenta. La poesía de la vida puede ser
romántica o cruel, depende de cómo se le mire, desde donde se escriba y de cómo
obremos. Dentro de 20 años las nuevas generaciones podrán maldecirnos o
agradecernos, eso depende de nosotros hoy no de ellos mañana.
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