Por Orestes Díaz.
La juventud está
en una etapa previa a su congreso, alegre como le ha caracterizado siempre,
como debe ser, pero al mismo tiempo tiene que ser objetiva y profunda. Los
jóvenes deben diagnosticar el entorno, las situaciones y analizar con seriedad.
A esa etapa
algunos la catalogan como superficial, inmadura y atrevida, pero ella es quien
tiene el vigor del cambio, de revolucionar y hacer con el apoyo de quienes le
antecedieron.
La juventud es una
fuerza con mirada adelante pero que también debe escudriñar
el ayer para inquirir cuáles virtudes son dignas de cultivarse.
Ella debe rendir culto a la
historia, a la cultura y a sus protagonistas. Debemos ver a los jóvenes, no como botellas vacías que
hay que llenar, sino como velas que hay que encender.
A cada nueva
generación de les acusa de muchas cosas, prácticamente de todo por ser
diferentes y ahí está la esencia, son diferentes, sino no fueran nuevos. Desde
etapa tan antigua como el siglo quinto antes de Cristo el gran filósofo griego
Sócrates escribió: “Los jóvenes de hoy aman el lujo, tienen manías y desprecian
la autoridad. Responden a sus padres, cruzan las piernas y tiranizan a sus
maestros. Más adelante señaló: “los
jóvenes hoy en día son unos tiranos. Contradicen a sus padres, devoran su
comida, y les faltan al respeto a sus maestros”. ¿Se equivocó el gran maestro?
Pos su parte el
Santo y Sacerdote Italiano San Juan Bosco en el siglo XIX concretó “No hay jóvenes malos, sino jóvenes mal orientados”. Por lo tanto el reto es nuestro.
Desde allá hasta
hoy la realidad demuestra que se puede ser joven y serio sin perder la alegría.
Todos lo fuimos y sabemos que en esa edad todo parece posible pero hay que
trabajar. El joven no es un extraterrestre, ni un insólito,
tampoco un cabeza loca... Es una promesa, un nuevo amanecer, el sol del mañana,
en fin... Un nuevo hallazgo.
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