A unos 20 kilómetros de la cabecera municipal de Banes, provincia Holguín, está Cañadón, un consejo popular donde hay muchas personas que se destacan en diferentes frentes de la vida económica, política y social, cada una con sus peculiaridades.
Oralia es una de ellas, campesina cubana de
pura cepa, apegada a la tierra que la vio nacer y que, según ella la
verá morir un día que no será pronto.
Se desplaza con agilidad y segura de lo que
bien sabe hacer, como si algo más de medio siglo de vida no mellara
sobre ella, en una tarea que requiere de mucha fortaleza y de una
voluntad a prueba de todo sacrificio.
La conocí en un acto provincial por el Día
Internacional de la Mujer Rural que tuvo como cede al consejo popular de
Cañadón, donde realizó una demostración de sus habilidades para enyugar
a sus bueyes.
Y es como si entre Oralia y sus vacunos existieran la empatía necesaria para permitir enfrentar el duro bregar del campo.
Aún así, Oralia dice que con animales que
duermen al sereno nunca se debe confiar, pues a su esposo lo dañó un
buey de labranza que parecía inofensivo y manso.
Fue fácil conversar con esta mujer, de
hablar fluido, claro y preciso de quien conocí que de además de enyugar a
sus bueyes ara la tierra, la surca y siembra, carga agua, corta madera
para leña y hace, lo mismo que un hombre en el quehacer laborioso que la
rodea y vincula al campo, del que dice sentirse orgullosa.
Oralia disfruta levantarse temprano,
recibir el fresco de la mañana, oír a los gallos cantar y el sonido de
las aves abandonando el árbol que le dio cobija durante la noche
anunciando así, un nuevo amanecer, eso le da fuerzas para enfrentar el
duro trabajo del campo.
Desde muy joven Oralia aprendió a trabajar
la tierra y siente por ella amor infinito, a tal extremo, que afirma que
tanto le gustan las labores del campo, que mientras las fuerzas le
acompañen seguirá en las tareas agrícolas para producir alimentos
imprescindibles para la vida.
Aunque las labores del campo ocupan el
mayor tiempo de esta campesina de Cañadón, se las arregla para cumplir
también con sus deberes domésticos, que comparte con su compañero de
muchos años de feliz matrimonio y sus dos idolatrados hijos.
A Oralia el fuerte laboreo del campo no le
hace perder la ternura, ni el amor que siente por su esposo y dos hijos.
Su familia y el aroma de la tierra le proporciona oxigeno para vivir y
ser feliz, a su manera.
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